El Principito.


[…] Me quedé de nuevo helado por un sentimiento de algo irreparable. Comprendí que no podía soportar la idea de no volver a oír nunca más su risa. Era para mí como una fuente en el desierto.
—Muchachito, quiero oír otra vez tu risa...
Pero él me dijo:
—Esta noche hará un año. Mi estrella se encontrará precisamente encima del lugar donde caí el año pasado...
—¿No es cierto  —le interrumpí— que toda esta historia de serpientes, de citas y de estrellas es tan sólo una pesadilla?
Pero el principito no respondió a mi pregunta y dijo:
—Lo más importante nunca se ve...
—Indudablemente...
—Es lo mismo que la flor. Si te gusta una flor que habita en una estrella, es muy dulce mirar al cielo por la noche. Todas las estrellas han florecido.
—Es indudable...
—Es como el agua. La que me diste a beber, gracias a la roldana y la cuerda, era como una música ¿te acuerdas? ¡Qué buena era!
—Sí, cierto...
—Por la noche mirarás las estrellas; mi casa es demasiado pequeña para que yo pueda señalarte dónde se encuentra. Así es mejor; mi estrella será para ti una cualquiera de ellas.  Te gustará entonces mirar todas las estrellas. Todas ellas serán tus amigas. Y además, te haré un regalo...
Y rió una vez más.
—¡Ah, muchachito, muchachito, cómo me gusta oír tu risa!
—Mi regalo será ése precisamente, será como el agua...
—¿Qué quieres decir?
La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los sabios las estrellas son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas se callan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido...
—¿Qué quieres decir?
Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú sólo tendrás estrellas que saben reír!
Y rió nuevamente.
—Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno) estarás contento de haberme conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír conmigo. Algunas veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: "Las estrellas me hacen reír siempre". Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada...
Y se rió otra vez.
—Será como si en vez de estrellas, te hubiese dado multitud de cascabelitos que saben reír...
Una vez más dejó oír su risa.
Después se puso serio:
—Esta noche… ¿sabes?... no vengas.
—No me separaré de ti.
Pero estaba inquieto.
—Te digo esto… también por la serpiente. No debe morderte… Las serpientes son malas. Pueden morder por placer…
—No me separaré de ti.
Pero algo lo tranquilizó:
—Es cierto que no tienen veneno en la segunda mordedura…
Esa noche no lo vi ponerse en camino. Se evadió sin ruido. Cuando logré alcanzarlo, caminaba decidido, con paso rápido. Y me dijo solamente:
— ¡Ah! Estás ahí…
Me tomó de la mano. Pero siguió atormentándose:
—Has hecho mal. Vas a sufrir. Parecerá que me he muerto y no será verdad…
Yo callaba.
—Pero será como una vieja corteza abandonada. No son tristes las viejas cortezas.
Yo callaba.
Se descorazono un poco. Pero hizo aún un esfuerzo:
¿Sabes?, será agradable. Yo también miraré las estrellas. Todas las estrellas serán pozos con una roldana enmohecida. Todas las estrellas me darán de beber…
Yo callaba.
— ¡Será tan divertido! Tendrás quinientos millones de cascabeles y tendré quinientos millones de fuentes… […]


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